Si echamos una mirada a la formas de trabajar de hace unos años, solo tres décadas atrás, veremos que ha cambiado radicalmente. Las tecnologías han posibilitado que la forma de relacionarnos con el trabajo sea distinta, y la pandemia aceleró estas tendencias e implantó nuevas prácticas, como la eclosión del teletrabajo y ha impulsado un cambio social en la forma en que entendemos la acción de trabajar. Las nuevas generaciones de profesionales, con otros objetivos y demandas obligan a las organizaciones a redefinirse, y dentro de ello, es importante adaptar las oficinas a su nuevo rol. De un lugar al que ir obligatoriamente para trabajar, a convertirse en el “centro social” de la empresa, un lugar al que no tengamos que ir, sino que queramos ir. La oficina ha de ser un espacio atractivo, multifuncional y más flexible que nunca.
La fórmula nacida en EEUU en los sesenta ha ido creciendo lentamente hasta la última década donde las grandes inversiones están impulsando un crecimiento espectacular año tras año. Cuando se creó la asociación hace 30 años (entonces llamada ACN y hoy ProWorkSpaces) éramos un pequeño grupo de pequeños negocios en una actividad incipiente, con mayor implantación en el mundo anglosajón y parcialmente en Europa. Nuestro objetivo como asociación entonces -y sigue siendo ahora- era fortalecer y potenciar a un sector que era muy emergente y darle una dimensión de futuro como sólo podíamos hacerlo ‘desde dentro’, quienes creíamos en él ya desde entonces. El tiempo nos ha dado la razón. Hoy, tres décadas después, estamos en crecimiento, y sumamos más de 400.000 personas que diariamente trabajan en nuestro espacios y con expectativas de triplicar esta cifra para 2030.
Es cierto que estos espacios están más presentes y son más habituales, como es lógico, en las ciudades más grandes y con mayor actividad empresarial, como son Madrid, Barcelona, Valencia o Sevilla. Pero no solo en ellas, porque si el perfil del profesional que elige este modelo es, precisamente, lo que lo define, también vemos cómo está creciendo la demanda en núcleos más pequeños o con mejor clima (un imán para los nómadas digitales, por ejemplo).
Un perfil, todos los perfiles
Efectivamente, el perfil del profesional que elige este modelo no es ya únicamente un emprendedor o un trabajador independiente que prefiere gestionarse de este modo, sino que también muchas grandes corporaciones se han sumado a esta forma de ‘deslocalizar’ empleados y gestionar sus espacios de una manera mucho más eficiente, en especial en estos momentos de incertidumbre económica. El siguiente paso, que ya estamos viendo, será la incorporación también de pymes a esta propuesta de espacios flexibles en una búsqueda de la racionalización de los presupuestos y la eficiencia de costes que, con este modelo pueden alcanzar más fácilmente.
Toda la configuración del mercado laboral ha cambiado. Ahora los trabajadores de muchos sectores -hablamos siempre del entorno de las oficinas, no del sector servicios o del industrial, donde el trabajador debe estar físicamente en un puesto concreto- pueden desempeñar su labor desde donde quieran, con poco más que un ordenador y una conexión a internet. Pero también ha quedado patente que las casas no siempre disponen de la calidad de conexión óptima, de un espacio adecuado o de la equipación con la ergonomía necesaria. Trabajar desde casa, además, aísla al individuo y se olvida de la dimensión social de las empresas como organizaciones sociales, y además le resulta difícil separar el mundo laboral del personal. Las empresas deben adaptarse a estas nuevas demandas, y las oficinas flexibles y los espacios de coworking tienen la capacidad de cubrir esa necesidad, cada vez más evidente.
El sector flex ha ido evolucionando especialmente en dos sentidos: la oferta tecnológica y la hiperflexibilización. Es decir, por un lado, incorporando cada vez más servicios y conectividad, con sistemas de teleconferencias, con salas tecnológicas para la realización de pruebas o con facilidades para eventos (microfonía, streaming, grabación de calidad, etc.); y por otro ofreciendo aún más opciones de uso, desde incluso una hora, hasta un año, y con diversidad de opciones. Porque si hay algo que son los usuarios de estos espacios es, precisamente, flexibles y cambiantes, y por tanto demandan funcionalidad por encima de todo: hoy puede que necesiten una cabina para una teleconferencia con el extranjero, mañana una sala de reuniones para diez personas, y pasado un despacho individual para recibir clientes. Eso implica que los espacios de coworking y oficinas flexibles deben también adaptarse para ofrecer esta variedad de instalaciones y gestionar su uso con los distintos suscriptores de manera eficiente y segura. El usuario ‘tipo’ de un espacio flexible ya no es un solo tipo. Nos gusta decir que en un coworking pueden llegar a convivir tres generaciones y gran cantidad de perfiles distintos, tanto en posición como en profesión y en habilidades, y eso es una garantía de enriquecimiento y evolución.
Hemos recorrido ya mucho camino, y estoy seguro que las próximas décadas serán especialmente interesantes y determinantes para nuestro sector.
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